Hoy visitamos Santa Fe con la luz de la primera mañana. ¡Que arquitectura tan diferente a todo lo que hemos visto en Estados Unidos! Las construcciones son pequeñas, de adobe cocido y moldeado en suaves curvas. Todo está pintado con los colores de la tierra: beige, marrón, café obscuro, terracota. Las puertas y ventanas son verdes o azules. De las vigas en los porches cuelgan racimos de chiles rojos secos. Todo el conjunto es adorable inclusive ahora que por el Covid la ciudad está parcialmente cerrada.
De ahí partimos hacia la ciudad de Taos a pesar de que no vamos a poder visitar el pueblo nativo porque también está cerrado por precaución. Quisimos visitar la Iglesia de San Francisco y no nos arrepentimos. La iglesita, hecha de los mismos materiales que las viviendas de toda esta zona parece una pequeña escultura con sus gruesas paredes de adobe, los dos campanarios con cruces blancas y las vigas de madera que asoman por las paredes exteriores. Las proporciones son de tal manera que pese al tamaño de la base la construcción se siente ligera. El resto del poblado se ha convertido en un centro comercial turístico y por ende no muy interesante pese a que las edificaciones de la plaza mayor son todas en el estilo.
Una desviación de 30 minutos nos lleva a el puente sobre la garganta del Río Grande para hacer una caminata y admirar el abismo inmenso creado por esta profunda cicatriz natural que corta la planicie.
La tarde la pasamos caminando nuevamente por Santa Fe, admirando los portales de las casas, el arte en las galerías y disfrutando del sol de la tarde.
Decidimos ganar tiempo y manejamos otros 300 km para dormir junto al Parque Nacional de las Arenas Blancas para poder visitarlo con la luz de mañana a primera hora.
Amo la primera foto!